Renuncié por siempre a tus brazos,
ahuyentando, por fin, la enorme tempestad
que traía a diario la tormenta
para contemplar un bello sol infinito.
Renuncié a tu perfume asfixiante,
liberando a mi cuerpo de los desechos
que tatuaban cada una de las noches
en que era esclavo de tu oscuro reino.
Has muerto. Yo te maté,
aunque ronda rara vez tu fantasma.
Yo liberé un ejército contra tus muertos,
para así, de una vez por todas, salvar mi alma.
A veces te dejo volver,
ahora que no traspasas esa línea gigante
que separa lo externo de lo interno
de tus antojos insaciables.
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