Hacía días que el fin era eminente. Buscaba poner en blanco los pensamientos, tratando de olvidar la agonía unos días, unos minutos más. Ya no había fuerzas para pedir explicaciones, sólo la tristeza era más inmensa que mi creciente debilidad.
Recuerdo como una pesadilla toda la situación. Recuerdo la puerta, y al entrar, la oscuridad y su silueta cortándome el aire y el pecho, como agujas que atraviesan las capas de la carne. Todos los escasos hilos tenues de luz se posaron sobre ella. Yo me centré en un punto fijo, quizás en un abismo o una galaxia lejana y desolada.
Creo haberme sentado en su cama, quizás no. El caso es que lo que si insiste en quedarse indeleble en los recuerdos fueron sus palabras. Mientras, yo le daba la espalda para verla lo menos posible esperando lo irreversible, con el invierno momentáneo de diciembre congelando de los pensamientos nuestro porvenir. Mientras se cambiaba -como hablar del tiempo, del resúmen del día, de un plan espontáneo para una noche- me dijo: "Que te pasa?".
¿Acaso no lo sabía? ¿Acaso debía mirar con deseo lo que aguardaba impaciente lo inevitable? ¿Acaso no pasaba nada en aquel abismo que nos separaba, que nos cortaba el alma? ¿Acaso aún no presentía mis sospechas? ¿Aún no se acostumbraba a que un reciente y futuro extraño no debía ver su silueta semi-desnuda?
Como si fuera tan fácil remendar lo que escapa a la carne.. Como si un jarrón que no debía hacerse trizas luego se intenta reconstruir por obligación y aún con todas sus partes en su lugar no encaja, ya no vale la pena.
Como si para vos todo era normal en esa noche en que a cada minuto algo se rompía.. No dudaste el disparo y su estruendo: Dejaste llegar hasta todos los sentidos de forma casi espontánea y sin piedad aquella pregunta, como si ya nada se fuera a romper, como si la oscuridad venidera estaba fuera de alcanzarte.
Como si la vida no se te iba a escapar del cuerpo como a mi.
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