Quizás fueron las constelaciones que habitaban en sus lunares
o las muecas de su boca con ciertas cosas que le decía.
Quizás sus ojos redondos cuando levantaba la mirada hacia mi
o la voz diferente con la que me hablaba cuando estábamos juntos.
Quizás el frío que a diario la hacía vulnerable a mis debilidades
o sentirla tan frágil cuando la abrazaba mientras dormía.
Quizás el tacto de su piel imborrable
o esos enojos dulces que hoy siembran hectáreas de melancolía.
Quizás no alejé sus infiernos y el frío constante,
quizás no pude cuidar su sueño como se requería.
Quizás no había necesidad de priorizar por sobre la vida
todo lo que fuera necesario para dibujarle una sonrisa.
O quizás, simplemente, no necesitaba que la quieran tanto.